Época: Segunda Mitad II Mil
Inicio: Año 1365 A. C.
Fin: Año 1077 D.C.

Antecedente:
Segunda Mitad II Milenio



Comentario

La época del esplendor mitanio supone para Asiria un período de dependencia política en el que la pasada gloria de Shamshiadad no puede ser reconocida a lo largo de estos cuatro siglos de oscura historia. El renacimiento político se atribuye a Assurubalit (1365-1330), que aprovecha la decadencia de Mitanni a la muerte de Tushratta para crear una Asiria fuerte capaz de intervenir en la política interna de Mitanni y, naturalmente, en el consenso internacional. Sus relaciones con Egipto fueron amistosas según se desprende de la correspondencia. En cambio, la coincidencia de intereses con Hatti por el control de Mitanni va a provocar una relación suspicaz; pero, a pesar de ello, se consigue que la parte oriental del reino hurrita quede bajo dominio asirio. Con respecto a Babilonia, la situación no es muy diferente. Los reyes casitas reclaman la dependencia de Asiria, pero Assurubalit interviene imponiendo como monarca a Kurigalzu II en 1350. A la muerte del monarca, Asiria ya no es la avanzadilla mesopotámica en el comercio con Anatolia, sino que se trata de una potencia regional.
Los herederos de Assurubalit no logran mantener la ventajosa situación en que habían recibido el reino. Hasta el reinado de Adadninari I (l305-1274) no se vuelve a producir ninguna reacción expansionista hacia el oeste, ahora ya en detrimento de los intereses de Hatti. Adadninari consigue someter el reino de Hanigalbat y le impone debuto. Su hijo Salmanasar I (1274-1245) se enfrenta con un estado que aparece entonces por vez primera en las fuentes, pero que tendrá especial importancia durante el Imperio Nuevo Asirio: Urartu, afamado por su riqueza en metales y caballos. Desde Urartu, Salmanasar se vuelve contra Hanigalbat, que se había sublevado, incorporándolo como provincia. La represión desencadenada es brutal, según se desprende de los propios textos del monarca, que inauguran una literatura de ostentación de la crueldad, que nos sitúa ante la correcta y dramática realidad de la guerra. Posiblemente todos los estados actuaban con la misma incontinencia ante el enemigo, pero la fama de los asirios se debe a que de la sangre hicieron alarde literario. Y si bien es cierto que no sería únicamente propaganda, pues los destinatarios de los textos eran sólo los letrados de la corte, tampoco cabe atribuir en exclusiva a los asirios lo que corresponde a cuantos hacen la guerra. Junto al uso ideológico de sus conquistas, Salmanasar saca evidentes ventajas económicas. En el territorio de Hanigalbat instala colonos asirios, como contraprestación por el servicio militar, lo que incide en el dominio efectivo de la nueva provincia. Por otra parte, la presencia asiria en las ciudades de la zona contribuye al control de los resortes económicos. Pero la nueva situación es un foco conflictivo pues al desaparecer los estados intermedios, las grandes potencias comparten fronteras, lo que desestabiliza militarmente la región.

La época de máximo esplendor del Reino Medio Asirio es, sin duda, la del reinado de Tukultininurta I (1244-1208). Al poco de subir al trono ataca a los guteos que hostigan la frontera noroeste de Asiria y desde entonces se multiplican sus campañas en aquella zona con la finalidad de obtener cobre y caballos, además de consolidar la frontera frente a los pueblos montañeses. Estas operaciones culminan con la aplastante victoria sobre Nairi, es decir, Urartu, donde se le someten cuarenta soberanos. Estabilizada la frontera septentrional, en torno al decimoprimer año de su reinado, Tukultininurta ataca Babilonia y captura al rey Kashtiliash IV, su dios Marduk es conducido cautivo a Assur, donde paradójicamente será objeto de culto por parte del monarca asirio. La caída de Babilonia le permite incorporar también Mari, Khana y los territorios de los ahlamu o arameos, nómadas del desierto sirio. La hostilidad con Hatti, en estas condiciones, no podía hacerse esperar, pues las relaciones se fueron deteriorando hasta llegar al bloqueo económico que Tudhaliya IV impone a Asiria y que probablemente culminé con enfrentamientos militares, según se deduce de las deportaciones de hititas en el interior de Asiria. Tampoco Elam escapa al expansionismo asirio, aunque no podemos reconstruir la campana elamita de Tukultininurta con demasiada seguridad.

Después de largos años empeñado en la consolidación fronteriza y la sumisión de pueblos que le garantizaba ingresos por vía tributaria, Tukultininurta emprendió una amplia actividad constructiva que afecta tanto al ámbito religioso como al laico. De entre todas sus obras destaca la construcción de una nueva residencia, un conjunto de edificios sacros y profanos, denominado Kar-Tukultininurta, junto a Assur. Este ejemplo será posteriormente imitado por los monarcas neoasirios, que encontrarán en la construcción de nuevas sedes cortesanas la mejor expresión de su grandeza. Ignoramos qué razones pudieron tener ciertos poderes fácticos, como grandes sacerdotes, miembros de importantes familias e incluso alguno de sus hijos, para unirse en una sublevación que costó la vida al anciano rey. Babilonia, que ya había logrado su independencia en vida de Tukultininurta, actúa de tal manera que tenemos la impresión de que Asiria se ha convertido en un estado dependiente.

La época, sin embargo, tampoco es demasiado próspera para Babilonia, pues a mediados del siglo XII cae bajo el dominio elamita, lo que no impedirá la continuación de la enemistad entre los dos territorios mesopotámicos. Por otra parte, la decadencia de Asiria se ve agravada en aquella misma época por la presión de los ahlamu, que paulatinamente se van amparando en los centros estratégicos sirios y altomesopotámicos, desde los que dan golpes de mano sobre Asiria. Su autoridad se repondrá durante el largo reinado de Tiglatpileser I (1115-1077), cuyo modelo parece haber sido precisamente Tukultininurta. Cuando hubo restablecido la integridad territorial, tras vencer a los mushki, a Subartu, a Nairi y someter a tributo a Malatya, lanzó sus ejércitos hacia el Mediterráneo, lo que le permitió obtener importantes botines en las ricas ciudades fenicias de Aradus, Sidón y Biblos. En cinco años se había convertido en el monarca más importante de su época, pero no encuentra buenas excusas para atacar Babilonia hasta su trigésimo año de reinado y será en varias campañas consecutivas cuando logre aniquilar a su enemigo meridional. A pesar de tantos esfuerzos, a la muerte del rey, Asiria se sumerge nuevamente en la oscuridad por circunstancias que no podemos precisar, pero en las que las invasiones de los ahlamu-arameos, a los que combatió Tiglatpileser, no fueron intrascendentes. De todas formas, sus herederos mantuvieron, al parecer, un poder considerable, gracias al cual conseguirían que Asiria sufriera menos que otros lugares las devastadoras consecuencias de los nuevos invasores, que llegaron a situar a uno de los suyos en el trono babilonio.

La actividad cultural mesoasiria es importante, sobre todo en la época de Tiglatpileser, cuando se confeccionan recopilaciones legislativas que han llegado hasta nosotros y que no son más que una muestra de las abundantísimas copias y clasificaciones que se hicieron de textos científicos y literarios, no sólo de tradición asiria, sino también de otros ámbitos. En efecto, los asirios se caracterizan por la capacidad de asumir experiencias ajenas en su propia configuración. Mitanni le va a proporcionar sobre todo instrumentos políticos y administrativos, mientras que de Babilonia obtiene esencialmente los ideológicos. Pero esto no quiere decir que resulte una realidad artificiosa. De hecho, la herencia local determina su estructura económica y su matriz política.

El expansionismo está sustentado en una ideología que asocia el mundo exterior al caos, por lo que la actividad militar se convierte en una ayuda al orden cósmico. Al mismo tiempo, el afán expansivo se ve alentado por una clase propietaria latifundista que amplía sus posibilidades gracias a las conquistas militares a las que contribuye reclutando soldados entre sus dependientes. Son los mismos que constituyen la aristocracia militar y administrativa del reino, que se va haciendo más compleja conforme crece en extensión el Imperio. La masa social esta repartida entre trabajadores dependientes del palacio, los ciudadanos libres que viven en el ámbito rural (aunque muchos de ellos se van convirtiendo en servidumbre territorial) y los asignatarios de las concesiones reales. Ellos componen el efectivo y costoso aparato militar que proporciona ingentes ingresos a las arcas del Estado, edificado sobre una férrea estructura patriarcal que afecta a todos los ámbitos del ordenamiento social. No obstante, la economía agrícola está fundamentalmente bajo control palacial y conoce un progresivo deterioro, como consecuencia de la ininterrumpida actividad bélica. Sus defectos procuran ser mitigados a través de la actividad comercial, que justifica el control militar de las vías de comunicación. Sin embargo, no se consigue evitar el libre desplazamiento de los nómadas que contribuyen al deterioro de la vida urbana.